Diablo se destaca entre los estrenos locales.
Txt. Casandra Scaroni
La primera película de Nicanor Loreti, Diablo,
tuvo un estreno peculiar en Buenos Aires hace dos semanas. Confinada a las
peores salas, parecía destinada al fracaso comercial al que se ven varias
películas argentinas todas amontonadas al final del año. Sin embargo, Diablo,
que fue presentada en el festival de Mar del Plata del 2011, y que se había hecho de un público entusiasta
que la recomendaba sin tregua, dejó en claro que ese estreno a las apuradas no
era suficiente, y es por eso que se multiplicaron las opciones para ver a Juan
Palomino despertar en una mañana lleno de furia.
La opera prima de Loreti, que fue editor
de la revista La Cosa, está cargada de amor/obsesión por el cine de género. Con
muchas reminiscencias de ese otro amante de la exacerbación y del rejunte que
es Tarantino, con boxeo, conurbano, y mucho del cine de clase B, Diablo es una rareza a la que es difícil
negarse.
La historia es la de un boxeador, El Inca
del sinai, que vive atormentado por una
pelea en la que mató a su contrincante por accidente. La mañana en la que todo
sucede, El Inca recibe la llamada de su ex novia que le propone almorzar juntos
para limar asperezas, y él, que la quiere reconquistar, se ve obligado a
ofrecer su casa para el encuentro. Todo esto, que no parece importante, es lo
que da el puntapié inicial para el despelote furibundo que va a tener lugar en
esa casa de algún lugar del conurbano bonaerense. Es que en el medio de la
limpieza general, al Inca le cae el primo,
y ya se sabe que no trae nada bueno. Metido en algún quilombo, que luego
se develará, al primo lo buscan algunos pesados con los que El Inca tendrá que
cargarse.
Contado como si fuera con las viñetas de
una historieta, y con un gran sentido del humor, que no se priva de nada,
Diablo es un festival de piñas y sangre. Loreti sabe, se nota, de comicidad,
pero también de suspenso: cada vez que suena el timbre en la casa del Inca, es
al mismo tiempo un chiste (que gana con la repetición) y una intriga. Loreti se da el gusto, de meter todo en
una misma bolsa, y de que salga bien. Esa escena final, con revelaciones que invocan al Che Guevara, a Perón, a Jesús
,al Diablo y a la revolución, y en la que participan ninjas y un boxeador
peruano y judío que tiene a su vez atado a un nazi (si parece demasiado y
confuso, es así, pero no importa), es una fiesta de violencia y
caos. Es Diablo.
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