El cuarto de Leo y su paso fugaz por las salas porteñas
Txt Casandra Scaroni
Luego de ser
estrenada en el Festival de San Sebastián
en el año 2009, y tras haber pasado por la competencia oficial de
varios festivales del mundo ( La Habana; Marrakech, Miami, Biarritz,
por nombrar algunos), la opera prima del director montevideano
Enrique Buchichio, El cuarto de Leo, se estrenó finalmente en Buenos
Aires en la primer semana de noviembre. Sin embargo, y quizás por
haber pasado casi desapercibida por la crítica, se
convirtió en uno de esos estrenos misteriosos de la cartelera
porteña en los que parece necesario contratar un detective para
encontrar la sala en donde la exhiben.
Pero si estos fueran los
tiempos de Raymond Chandler, bien valdría la pena contratar al
famoso Marlowe para poder ver la película de Buchichio, o en su
defecto, lo que puede resultar más fácil, recurrir a la ayuda de
algún pirata amigo. Es que la película, con un perfil bajo y un
tono bien intimo, acompaña al Leo del título en una época de
estancamiento y de crisis, y lo hace con inteligencia, poniendo el
énfasis en las relaciones humanas y con escenarios y situaciones
reconocibles: la casa de la mamá de Leo, la mamá de Leo, y también,
claro, el cuarto de Leo, son lugares y personas que bien podrían ser
parte de la vida de cualquiera.
La historia es más o
menos así: Leo (Martìn Rodriguez) está un poco perdido, tiene una
novia con la que no puede tener sexo, una tesis que terminar que no
puede ni siquiera empezar, y lo único sobre lo que ejerce algún
tipo de decisión (conocer chicos en internet) lo llena de culpa. Al
mismo tiempo que empieza terapia (las sesiones de terapia con Arturo
Goetz como el psicólogo tienen un gran uso del tiempo y de los
silencios) se encuentra por casualidad con una ex compañera de
colegio de la que estaba enamorado en su niñez (y que ahora está
sumida en una gran depresión), y conoce a un chico por Internet del
que se empieza a enamorar. Pero esto no es un triangulo amoroso sino
una historia sobre el amor y la compasión, y los personajes de
Buchichio, cada uno con sus tristezas a cuestas, tienen que aprender
a dejar las culpas de lado y a ser libres. Y si bien esto puede sonar
como el material digo de un telefilm rosa, el director nunca cae en
el sentimentalismo barato. No hay acá discurso alguno ni una verdad
que revelar sino una sensación de calidez y de estar en casa, que
hace que las amistades se sellen con discos prestados y que las
angustias desaparezcan con una sonrisa de una mamá que invita una
pascualina.
No tenia ni idea de la existencia de esta película, pero me dieron ganas de verla después de leer tu nota, Cas! Voy a ver dónde me las ingenio para conseguirla ;)
ResponderEliminarGracias Mily!! Buscala si podés que estoy segura que te va a gustar :)
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