Txt. Casandra Scaroni
A fines de los años 80 y
principios de los 90, Nora Ephron, con sus guiones, su visión tan
femenina del mundo (y del amor principalmente) y con amigos tales
como Rob Reiner y Penny Marshall, salvó a la comedia romántica del
estanque de vulgaridad en el que se encontraba desde hacía décadas.
Tanto desde el guión,
(Cuando Harry conoció a Sally, Rob Reiner,1989), o desde la
dirección, (Sintonía de amor,1993), Ephron reflexionaba con gran
sensibilidad y agudeza acerca de los temas universales que atormentan
a cualquiera que haya crecido bajo la influencia de la idea del amor
en las películas. Así es como los imaginarios están siempre
presentes en las obras de la directora: Casablanca, en Cuando Harry
conoció a Sally, es el punto de disputa entre los dos a quererse,
así como en Sintonía de amor, Annie (la en ese entonces tan bella y
perfecta en sus mohines, Meg Ryan) ve una y otra vez Algo para recordar y, aunque quiera marcar su escepticismo cuando su mamá
le dice que debe ser el destino el que la unió con su futuro marido
(el sensato y aburrido Walter, Bill Pullman), se fascina ante la
historia de amor de sus padres, pero sobre todo ante el uso de la
palabra “magia”. Es que justamente la magia es algo de lo que su
relación llena de coincidencias -en gustos de sándwiches, alergias
y decisiones triviales- carece, y eso se puede ver en el entusiasmo
chillón e incomodo con el que Annie se relaciona con Walter. No hay
nada natural ahí, ni espontáneo, pero tampoco hay nada malo, y
es en esa pequeña trampa de supuesta comodidad donde Ephron plantea
la eterna lucha entre la lógica y la fe.
Se puede asumir que todos
conocen a esta altura de qué va la historia: una chica a punto de
casarse (sí, Annie) escucha por casualidad un programa de radio en
el que un nene llama y pide como deseo de navidad una novia para su
papá porque está deprimido desde que murió su mujer. El papá
(Sam, Tom Hanks) a regañadientes cuenta su historia al aire,
y relata, entre otras cosas, que cuando conoció a su mujer supo que “estaba
en casa, una casa que no conocía, pero en casa”. Annie se conmueve
ante ese amor que le es desconocido y le manda una carta en donde
propone un encuentro en el Empire State (tal y como sucedía entre
Debora Kerr y Cary Grant en Algo para recordar). Sam, que es
pragmático e incrédulo (como todos los hombres en la película) ya
no cree que vaya a encontrar aquello que alguna vez supo tener y
desestima la carta, aún ante la insistencia de su hijo, que intuye
que Annie es algo así como “the one”.
Pero si los hombres son
pragmáticos y aceptan las cosas como vienen, las mujeres, por lo
menos como las veía Ephron (ya sea por instinto o mayor
sensibilidad) se rebelan ante algo menos que aquello que Cary y
Debora les enseñaron que era el amor, y salud porque así sea,
porque ya se sabe que el invierno es frío para aquellos sin
recuerdos cálidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario