Cultra adelanta Promised Land, la nueva película de Gus Van Sant (con spoiler pero no tanto).
Txt Casandra Scaroni
Hay una máxima
en el cine que dice que ciertos directores no pueden hacer una mala película.
Si esto es cierto entonces Gus Van Sant tiene que estar entre los primeros de
esa lista de privilegiados. Es que el director de películas como Good Will
Hunting y My Own Private Idaho, puede ir y venir a su antojo del mainstream más
prolijito y poco incomodo como Milk, hasta la más experimental Gerry, y salir
siempre bien parado.
Claro que
su carrera tiene altas y bajas, pero una película no tan buena de Gus Van Sant
sigue siendo mucho más interesante que la media de los estreno que cada jueves se amontonan en la cartelera,
porque siempre va a estar presente en
sus películas esa belleza particular y melancólica de sus personajes: el protagonista medio lumpen de Mala Noche, con
su remera rota en la espalda, o el chico de Elephant, con su pelo tan rubio y
brillante caminando por los pasillos del
colegio, y ese beso torpe dado al pasar. Son adolescentes o jóvenes en un
estado de pureza que se ve siempre pervertida por un entorno que no los
protege. No importa si es Michael Pitt interpretando los últimos días de Kurt
Cobain, o la chica medio gordita que corre en su clase de gimnasia mirando al
cielo en Elephant, o River Phoenix, con su vulnerabilidad a flor de piel
pidiendo ser amado por un reacio Keanu Reeves, todos son una suerte de niños
perdidos tratando de encontrar su lugar en una sociedad que los expulsa.
En su
última película, en la que vuelve a dirigir un guión de Matt Damon como en Good Will Hunting (esta vez con la
colaboración de John Krasinsky, el chico lindo de The Office), Van Sant cuenta la historia de Steve (Damon), un empleado de una compañía de gas natural que
tiene que convencer a los vecinos de un pueblo
de que les permitan intervenir la tierra con un proceso de extracción.
En el medio aparece un ecologista que se opone a la intervención
porque, como muestra con pruebas y fotos, el uso de químicos mata todo lo que
está alrededor. Que el director ponga espectador del lado de Steve no es, por supuesto, arbitrario. Es que Steve, se ve desde el comienzo, es
otro de los niños perdidos de Van Sant, y así se lo observa en su pelea consigo mismo diciendo a quien lo
quiera escuchar que él es un buen tipo, que él no es de los malos. La
diferencia, y quizás por eso esta sea la película más rebelde del director, es
que Steve hace un recorrido a la inversa. Él no está en la senda de los
outsiders de la sociedad, pero elige dudar y buscar alternativas. La decisión
final de Steve no es una salida simplista, ni es el final de la película una
fábula moral sino que es el final de una película sincera sobre lo difícil que
es sobrevivir en un mundo corrompido. Es, claro está, una película de Gus Van
Sant.
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