Txt. Casandra Scaroni

Tanto desde el guión,
(Cuando Harry conoció a Sally, Rob Reiner,1989), o desde la
dirección, (Sintonía de amor,1993), Ephron reflexionaba con gran
sensibilidad y agudeza acerca de los temas universales que atormentan
a cualquiera que haya crecido bajo la influencia de la idea del amor
en las películas. Así es como los imaginarios están siempre
presentes en las obras de la directora: Casablanca, en Cuando Harry
conoció a Sally, es el punto de disputa entre los dos a quererse,
así como en Sintonía de amor, Annie (la en ese entonces tan bella y
perfecta en sus mohines, Meg Ryan) ve una y otra vez Algo para recordar y, aunque quiera marcar su escepticismo cuando su mamá
le dice que debe ser el destino el que la unió con su futuro marido
(el sensato y aburrido Walter, Bill Pullman), se fascina ante la
historia de amor de sus padres, pero sobre todo ante el uso de la
palabra “magia”. Es que justamente la magia es algo de lo que su
relación llena de coincidencias -en gustos de sándwiches, alergias
y decisiones triviales- carece, y eso se puede ver en el entusiasmo
chillón e incomodo con el que Annie se relaciona con Walter. No hay
nada natural ahí, ni espontáneo, pero tampoco hay nada malo, y
es en esa pequeña trampa de supuesta comodidad donde Ephron plantea
la eterna lucha entre la lógica y la fe.

Pero si los hombres son
pragmáticos y aceptan las cosas como vienen, las mujeres, por lo
menos como las veía Ephron (ya sea por instinto o mayor
sensibilidad) se rebelan ante algo menos que aquello que Cary y
Debora les enseñaron que era el amor, y salud porque así sea,
porque ya se sabe que el invierno es frío para aquellos sin
recuerdos cálidos.
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