El Puerto, de Aki Kaurismaki
Txt. Casandra Scaroni
Como un cuento acerca de
la bondad, pero contado con toda la belleza posible: El puerto,
la última película del director finlandés Aki Kaurismaki, narra la
historia de Marcel, un hombre que trabaja de lustrabotas en Le Havre,
un pueblito de la costa de Francia, y que vive con su mujer (la
finlandesa Kati Outinen) contando los euros que les permitan darse
el gustito diario de una baguette y alguna copa en el bar.
Pero lejos de ser una
historia ordinaria sobre la vida de un hombre común, El puerto
cuenta las peripecias de Marcel a partir de su encuentro con
Idrissa, un nene africano que llegó al puerto francés en un
container por error, y que ante la deportación segura, se escapa.
Marcel lo encuentra y pese a las sospechas y persecuciones de un
detective, lo esconde en su casa mientras busca la forma de que
Idrissa llegue a su destino original en Londres y se pueda encontrar
con su mamá.
Como ya lo hizo en El hombre sin pasado (2002), donde el protagonista pierde la memoria
tras ser golpeado en un asalto, y queda a la deriva en un barrio
pobre en Finlandia, Kaurismaki crea un micromundo en donde sus
habitantes se ayudan entre sí. Porque no se trata nunca de la
historia de un hombre solo, sino de cómo ese extranjero se incorpora
a la comunidad y pasa de ser el receptor de la solidaridad vecinal a
ser el primer amor de una mujer (otra vez Kati Outinen con su encanto
entre cálido y etéreo), el testigo del robo de un banco y el
ideólogo de que la banda de la iglesia toque canciones de rock para
obtener más concurrencia ( así como en El puerto la
organización de un concierto es la clave para recaudar plata y
lograr que el objetivo se cumpla). Aunque no son sólo argumentales
los puntos en común entre las películas del director finlandés: el
uso de los colores primarios en la puesta en escena, que marca el
artificio de estas fábulas urbanas casi con la misma perfección que
se puede encontrar en un cuadro, las actuaciones parcas que pueden
permitirse las escenas más sentimentales sin que parezcan ñoñas ni
por un segundo y el sentido del humor un poco aniñado marcan
continuidades entre una y otra.
La
última película del director de Luces del atardecer (2006) y
de La chica de la caja de cerillas (1990)- por nombrar las de
más fácil acceso- todavía se puede ver en cine. La dan en el
Lorca de avenida Corrientes y en el Arteplex del centro, y vale la
pena salir de la comodidad del sillón y de la computadora para
acompañar a Marcel, a su mujer,a Idrissa y a toda la tropa de
personajes entrañables que habitan Le Havre en el cine. O aunque
solo fuera para descubrir un cameo de Jean Pierre Leaud ya viejo y haciendo
de buchón (en Los 400 golpes de Truffaut él era el niño
perdido y a la deriva), El puerto es una película que hay que
ver, porque más allá de cualquier estado de ánimo pasajero,
siempre es bueno creer un poco más en que todo puede también salir
bien.
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