Le Prénom, cena de Bobos.
Txt. Casandra Scaroni

Es que los directores franceses marcan desde el vamos la diferencia en su película con un ritmo acelerado en una suerte de montaje biográfico sobre la
vida de los personajes principales, algo similar a lo que hacía Jean Pierre
Jeunet en Amelie, pero sin el grotesco tan alejado de la realidad. Y ese
aceleramiento lo mantiene a lo largo de
los diálogos que oscilan en todo momento entre un humor pueril y la crítica
filosa a una burguesía progresista (los Bobo
como les dicen en Francia a ese sector privilegiado de la sociedad que son los
burgueses bohemios).
La historia
es simple: una pareja de profesores (él todo un intelectual que da clases en La
Sorbona y ella, de un vuelo más corto, sobreviviente en la escuela pública) reciben a cenar a un amigo de toda la vida y al hermano de ella que está a punto de ser
padre. El tema de conversación, y el puntapié inicial de la discordia es el
nombre que el futuro padre eligió para su primogénito. Pero lo que parece una
vana excusa para poner a los cuatro personajes a discutir sin tregua sobre la
moral en dicha elección (uno de los momentos más graciosos es cuando Patrick
Bruel elabora una lista con todos los nombres que estarían vedados por sus
referencias fascistas), termina siendo el detonante que saca todos los secretos,
tabúes y mentiras varias a la luz.
Quizás la
mayor virtud de El nombre es ese vaivén constante en el que sus personajes
pasan del egoísmo más chiquilín a la nobleza, y es que en ese vaivén está su
humanidad, y lo que es más importante el humor de la película. Porque La
Patellière y Delaporte parecen saber que para hacer comedia no hace falta crear caricaturas para
mostrar lo ridículos que pueden ser los
ricos y lo inteligente que son los espectadores, sino que la mejor comedia está en poder reírse de uno mismo.
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